Yellow Trash
L’ Atelier Kunst Spiel Raum
30.09.11 — 20.11.11
2011 Berlin
On the shape and content of waste.
Modern times require that we give rubbish a place where we cannot see it. So we forget about trash, making it disappear and hauling it away to a non-place. We buy waste every day, yet we are bothered by the sight of it. Any product designed to be recycled is designed to be wasted. Nietzsche said: "Waste, debris and rubbish are not something to be condemned in and of themselves: they are a necessary consequence of life. The phenomenon of decadence is as necessary as any progress or advancement in life: it is not within our means to eliminate it (...)" (Posthumous passages from spring, 1888).
Our existence implies waste. Perhaps we could say that we use reason to construct the rubbish that surrounds us and that we don’t see, trying to imitate the perfect machinery of nature that accomplishes alone what humankind only attempts at.
Our waste is the residue of our most mundane acts. It carries an emotional load, even if we cease viewing it as something uncomfortable or a hindrance: the most intimate parts of our experience have passed through it. However, we get rid of it without giving it any greater importance. We blush when someone else sees our garbage, and it is in that place or non-place where all rubbish loses its identity and becomes just one more part of a whole.
Rather than adopting a self-critical or socially critical perspective, “Redestinar” can only be a failed attempt to achieve what cannot be achieved. It rambles about the idea of the non-place, where all our intimate experiences accumulate day after day. It decontextualises rubbish as residue, while we are used to situating it in a context of “it never existed, and if it did, it doesn’t any more”. It uses trash as an aesthetic vehicle to show us a way to an ironic perspective of beauty.
Sobre la forma y el contenido del desecho.
Los tiempos modernos nos obligan a dar a la basura su lugar donde no podamos verla, olvidar los desechos, hacerlos desaparecer, llevarlos a un no-lugar. Compramos residuos todos los días, sin embargo, nos molestan a la vista. Cualquier producto concebido para ser reciclado es concebido para ser desperdicio. Nietzsche decía: «Los desechos, los escombros, los desperdicios no son algo que haya que condenar en sí: son una consecuencia necesaria de vida. El fenómeno de la decadencia es tan necesario como cualquier progreso y avance de la vida: no está en nuestras manos eliminarlo (…)» (Fragmentos Póstumos de la primavera de 1888).
Nuestra existencia implica desperdicio. Quizás podríamos decir que, desde la razón se construye la basura que nos envuelve y que no vemos, porque no queremos ver, tratando de imitar la perfecta máquina de la naturaleza que por sí sola hace lo que el hombre intenta.
Nuestros residuos son el poso de nuestros actos más cotidianos. Hay carga emocional en ellos, y la hay si la dejamos de ver cómo algo incómodo o como un estorbo: por ellos ha pasado lo más íntimo de nuestra existencia. Sin embargo, nos deshacemos de ella sin darle mayor importancia. Nos ruboriza que otro pueda ver nuestra basura, y es en ese lugar o en ese no-lugar, donde toda nuestra basura pierde su identidad para convertirse simplemente en una más.
Lejos de una perspectiva de autocrítica o crítica social, «Redestinar» sólo puede ser un intento fallido de lograr lo que no se puede lograr. Divagar sobre la idea de un no-lugar, donde toda nuestra intimidad se acumula día tras día. Descontextualizar la basura como residuo, acostumbrados a situarla en un contexto de “nunca existió, y si lo hizo, ya no está”. Utilizarla como vehículo estético para que nos muestre un camino hacia una irónica perspectiva de la belleza.
Los tiempos modernos nos obligan a dar a la basura su lugar donde no podamos verla, olvidar los desechos, hacerlos desaparecer, llevarlos a un no-lugar. Compramos residuos todos los días, sin embargo, nos molestan a la vista. Cualquier producto concebido para ser reciclado es concebido para ser desperdicio. Nietzsche decía: «Los desechos, los escombros, los desperdicios no son algo que haya que condenar en sí: son una consecuencia necesaria de vida. El fenómeno de la decadencia es tan necesario como cualquier progreso y avance de la vida: no está en nuestras manos eliminarlo (…)» (Fragmentos Póstumos de la primavera de 1888).
Nuestra existencia implica desperdicio. Quizás podríamos decir que, desde la razón se construye la basura que nos envuelve y que no vemos, porque no queremos ver, tratando de imitar la perfecta máquina de la naturaleza que por sí sola hace lo que el hombre intenta.
Nuestros residuos son el poso de nuestros actos más cotidianos. Hay carga emocional en ellos, y la hay si la dejamos de ver cómo algo incómodo o como un estorbo: por ellos ha pasado lo más íntimo de nuestra existencia. Sin embargo, nos deshacemos de ella sin darle mayor importancia. Nos ruboriza que otro pueda ver nuestra basura, y es en ese lugar o en ese no-lugar, donde toda nuestra basura pierde su identidad para convertirse simplemente en una más.
Lejos de una perspectiva de autocrítica o crítica social, «Redestinar» sólo puede ser un intento fallido de lograr lo que no se puede lograr. Divagar sobre la idea de un no-lugar, donde toda nuestra intimidad se acumula día tras día. Descontextualizar la basura como residuo, acostumbrados a situarla en un contexto de “nunca existió, y si lo hizo, ya no está”. Utilizarla como vehículo estético para que nos muestre un camino hacia una irónica perspectiva de la belleza.